Te
miro.
Como
mira un árbol una de sus hojas caer.
Como
el universo mira apagarse una estrella.
Te
miro.
Y
me maravillan tus movimientos,
tus
paisajes, tus colores.
A
veces,
siento
que mi mirada te condiciona,
y
entorno los ojos,
como quién mira a un gran sol.
A
veces,
me
deleito viendo las nubes que surcan tu cielo,
los
pájaros que vuelan en él,
o
tus volcanes en erupción.
Te
siento.
Y
no necesito buscar palabras para describirlo,
prefiero
el silencio,
a
cualquier distorsión que pueda interferir
en
la contemplación del milagro que es verte.
Aquí,
desde
este lugar fuera del mundo,
donde
tiempo y espacio no existen,
o
sí, pero no importan.
Donde
las formas son simples objetos,
las
emociones juguetes del ego,
los
pensamientos cometas al viento,
y
el amor, el único valor,
imposible
de cuantificar.
Aquí,
donde
sólo oigo latidos,
donde
basta amar, para comprender.
Aquí
quiero quedarme,
eternamente.
Qué
curioso es,
no
obstante,
ser
consciente,
que cuando digo eso,
es,
naturalmente,
porque
ya no estoy ahí.
Mi
vida siempre ha sido así.
Un
constante devenir;
un
incesante deambular
entre
el amor y el deseo.
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