Jugando
al escondite
Me pasé la vida, jugando
al escondite. Como cuando me enredaba entre las cortinas y cerrando los ojos
gritaba:
- ¡No estoy!
Y tú, con tu dulce voz
jugabas conmigo divertida.
- ¿Dónde estás mi niña, que no te veo?
Y yo salía riendo y decía:
- ¡Buh! ¡Sorpresa!
Y tu reías y me
abrazabas tan fuerte
que me sentía otra vez
dentro de ti.
Pero
un día no salí. Me distraje.
Y
me quedé allí, enredada,
presa
entre las cortinas,
con
los ojos cerrados.
Esperando
tu dulce voz.
Que
nunca vino.
Y desde entonces vivo aquí, entre visillos. Puedo ver
algo de lo que ocurre fuera, porque aunque la ventana es grande, yo sigo siendo
pequeña.
Desde aquí, puedo oírte entrar, con tu firme pisada, y
sé cuando llegas cansada porque apoyas más un pie que otro, y los arrastras, como
si quisieras sonar el suelo con las suelas, cual violín.
En cambio cuando estás contenta, parece que te salgan
alas, tus zapatos apenas rozan el suelo. Cuando haces eso te imagino con el
pelo suelto, cayéndote cual majestuosas cascadas doradas sobre los hombros, rozándote
los pechos. Y me viene el recuerdo del dulce olor de tu piel y el calor del
tacto de tu abrazo, que tanto añoro.
Es
ese el lugar
donde
realmente querría esconderme,
mejor
que aquí.
Pero
olvidé cómo salir.
A veces, me harto y decido que ya está bien, que esto
de vivir en una cortina es demasiado limitado, hasta para mí. Y empiezo a dar
vueltas, buscando la salida. Pero cuando empiezo a notar que me falta el aire y
que me aprietan las costuras, paro. No sea que la cortina se enrolle tanto que
me lleve, y me quede pegada al techo, ¡o me caiga al suelo!
Ni
pensar quiero en qué sería peor.
Que
seré pequeña,
pero
algo me dice,
que
de aquí no se sale
dando
vueltas.
Ayer, mientras escuchaba cómo el gato quería entrar
en mi escondite, supuse que con los ojos abiertos será más fácil encontrar la
salida. Ya haré la prueba.
De momento, prefiero abrirlos sólo para mirar por la
ventana, que nunca se sabe, quizá si los abro para salir la que desaparece es
mamá, y eso no me lo perdonaría nunca.
Así que antes de que aconteciera un desastre, advertí
al ingenuo y párvulo minino, y tras contarle las reglas del juego, decidí que
si se enredaba y terminaba preso conmigo, habría ganado un amigo. Que estoy
harta de hablar sólo con ese fantasma.
Le conocí un día que estaba
entretenida mirando a través del cristal derecho de la ventana; le veía desde
la esquinita, porque no llegaba más arriba. Y de repente, apareció. Vestido de
negro, con tres ojos y nada de pelo en la cabeza. Me quedé sorprendida, porque
yo pensaba que todos los fantasmas iban vestidos de blanco. Y recordé a mamá diciendo
que hay que querer a todo el mundo tal y como es. Así que decidí que iba a ser
su amiga.
Pero él no dijo nada. Ni
ese día ni los demás. De vez en cuando le veo asomarse por la ventana, a veces
veo un ojo, o dos, o tres. Entonces me mira y se va.
Creo que su mamá no le
contó lo de querer a todo el mundo. Y claro, como yo sólo tengo dos ojos, pues
ni hablarme quiere. Un día pensé que se lo podría contar yo.
Porque los fantasmas también deben de tener que ser buenos para ir al cielo.
Y eso hago. Cuando le
veo asomarse le cuento un trocito de la historia, sólo un trocito porque se va
en seguida. Pero seguro que le gusta oírme, porque vuelve para oír más.
Al gato le cortaron ayer
las uñas. Y hoy ha decidido que no quiere jugar conmigo. Supongo que sin uñas
se siente tan avergonzado que ni se acerca a la cortina, para que no le vea sin
sus largas y bonitas uñas y me ría de él. No sabe que yo no hago eso de reírme
de los demás.
Cuando le crezcan otra
vez y vuelva a acercarse se lo contaré. Bueno… A no ser que haya encontrado por
fin la manera de salir de aquí. Porque esta mañana he tenido una idea. Y creo
que ésta es la mejor que he tenido desde que me quedé aquí dentro, enredada en
la cortina.
He encontrado el error.
He descubierto que la culpa, es en realidad, del que se inventó el juego. Fijaos
bien. Resulta que te metes dentro de una cortina, cierras los ojos y dices
"No estoy". ¡No estoy!
¿A quién se le ocurrió
este estúpido juego? A saber dónde fue mi pobre madre a buscarme el día que me
oyó decir que no estaba, yo no salía y no me veía por ningún sitio.
A saber a cuánta gente
pidió ayuda para buscarme, disgustada y asustada a la vez
y yo allí, enredada en
la cortina, más callada que un muerto.
¡Estúpido juego! ¡Me lo
merezco! ¡Por idiota!
¡A quién si no a mí se
le iba a ocurrir mirar por la ventana justo en el momento en que tenía que
salir riendo de allí hacia los brazos de mamá! No me extraña que mamá se
quedara tan decepcionada que ni se acercara a buscarme. Y para ver a un
fantasma de tres ojos vestido de negro. ¿Eh?
Pues claro. Por eso me
quedé aquí. Porque Dios castiga a las niñas malas que se portan mal y hacen
sufrir a mamá. Y claro. Mamá debe estar tan enfadada conmigo, que ya no puedo
reírme y salir porque si me ve seguro que me castiga, o... algo peor.
Así que he pensado mucho
y he tomado una decisión. Y eso, al ser de mayores es muy, muy importante. Y no
puede salir mal.
Voy a esperar a que le
crezcan las uñas al gato, porque quiero decirle cuando vuelva a la cortina a
jugar conmigo que yo le quiero de todas las maneras. Y al fantasma, le
terminaré de contar lo que me dijo mamá de querer a todo el mundo y le diré que
él tiene tres ojos y yo dos y que le quiero igual.
Seguro que después de
hacer tantas cosas buenas Dios me perdona.
Y luego abriré los ojos
y saldré, pero sin dar vueltas. Que el otro día vi a un bichito cómo entraba y
volvía a salir por debajo de la cortina. Claro, al ser tan pequeñito no podía
distraerse mirando a través de la ventana, porque no llegaba y eso le salvó. Tuvo
mucha suerte. ¡Mucha!
Seguro que mamá se pone
muy contenta cuando se lo cuente todo, y se sentirá orgullosa de tener a una
hija tan lista, tan buena y tan valiente como yo. Y me abrazará. Y volveremos a
estar juntas para siempre. ¡Seguro!
A mi madre, a quién tanto amo. A mis otras madres, mujeres en mi camino que tanto amor me han dado y a las que tanto agradezco. A Blanca Rosa, gracias por estar ahí.